martes, 10 de mayo de 2016

EL CHOTIS Y EL ORGANILLO, tradiciones madrileñas

  
El baile típico de Madrid, el chotis, no nació en esta ciudad. La primera vez que se bailó en Madrid fue en 1850 en una fiesta en el Palacio Real, pero enseguida se madrileñizó haciéndose su ritmo cada vez más lento y adoptando la cadencia de las sílabas que remarcaban los castizos en piezas teatrales como los sainetes.
El origen del chotis se sitúa en Bolonia (República Checa) y, como la polca, la mazurca y la habanera llegó a Madrid a mediados del siglo XIX. De todos, fue el chotis el que más se identificó con las tradiciones de Madrid y su carácter callejero.  Desde entonces se baila en las verbenas populares durante las fiestas de Madrid, como las de San Antonio de la Florida o las de San Cayetano, San Lorenzo y La Paloma, y son sus mejores mentores los madrileños ataviados con el traje típico de chulapo y chulapa. 

En los días en que se bailó por primera vez en palacio, al chotis se le llamaba ‘la polca alemana’, pero su nombre original era schottisch, palabra alemana que significa ‘escocés’, y derivó en chotis.


Es un baile sencillo que se hace en pareja. El hombre con una mano sujeta la mano de la mujer y lleva la otra mano metida en el bolsillo del chaleco, o bien la apoya en la cintura de la mujer. Con los dos pies juntos, el hombre va efectuando un giro en redondo apoyándose en las puntas de los pies, mientras la mujer baila a su alrededor. En determinado momento, la pareja da tres pasos hacías atrás y otros tres hacia adelante y luego vuelven a efectuar los giros.

El organillo 

Al principio, el chotis era un baile refinado y ceremonioso que se fue popularizando hasta convertirse en un baile popular. A partir de 1890 se empezó a bailar acompañado de la música de organillo, instrumento de origen italiano que llegó a España ese año de la mano de Luis Apruzzese, reparador de órganos y pianos, que se estableció en Salamanca y luego en Madrid, donde se casó. Aquí comenzó a fabricar organillos que pronto se extendieron por la Villa y Corte.  

Los organillos grandes tienen diez piezas musicales grabadas. Funcionan al hacer girar con la mano un manubrio o manivela que acciona un rodillo que lleva unas púas metálicas que golpean un macillo y éste, a su vez, percute las cuerdas como si fuera un piano. Los organillos se fabricaban con madera de nogal y la tabla armónica para las resonancias se hacía con madera de pino melis.




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